La figura mítica del paradigma femenino de Lilith, con sus profundas raíces en las tradiciones mesopotámicas y judías, puede parecer inicialmente que corresponde a ámbitos distintos de la masonería. Sin embargo, un análisis publicado hace poco revela notables puntos de convergencia en sus dimensiones simbólicas, esotéricas y espirituales.
En las mitologías mesopotámicas el personaje se asociaba con los lilû y lilītu, espíritus demoníacos vinculados al viento y la esterilidad. Ya en el tercer milenio a.C., aparecía como lillake en el poema sumerio Gilgamesh y el Árbol Huluppu, donde habitaba en un árbol sagrado antes de que el héroe la expulsara. Los rituales de protección contra su influencia, documentados en bowls de encantación y amuletos con la frase «Atrapa a Lilith», evidencian su presencia en el imaginario colectivo antiguo como una amenaza para parturientas y recién nacidos. Estas entidades, a menudo femeninas, representaban fuerzas incontrolables de la naturaleza que acechaban a hombres y niños.
Rescatada por los judíos antiguos
La tradición judía convirtió a Lilith en una figura central de la demonología tras el exilio babilónico del siglo VI a.C. El Libro de Isaías (34:14) la menciona como Lilit, aunque es crucial precisar que este término podría referirse genéricamente a una criatura nocturna, sin aludir necesariamente al personaje mítico posterior. Esta mención bíblica sigue siendo objeto de debate entre los especialistas. A partir de la Edad Media, especialmente en el Alfabeto de Ben Sira, la figura aparece como la primera esposa de Adán, creada simultáneamente con él a partir de arcilla. Sin embargo, la equiparación directa entre la Lilith mesopotámica y este personaje resulta controvertida, pues los «lilû» originales constituían una categoría de seres demoníacos, no un individuo con biografía.
El Zohar, texto fundamental de la Cábala del siglo XIII, reforzó su imagen negativa al describirla como una «prostituta maldita». En el desarrollo cabalístico posterior, particularmente en la escuela de Isaac Luria en Safed del siglo XVI, Lilith adquirió una dimensión cosmogónica como contraparte oscura de la Shekiná. A partir del siglo XX, los movimientos feministas judíos reivindicaron a Lilith como un emblema de resistencia contra la opresión patriarcal, aunque debemos señalar que dentro del feminismo judío existen divisiones sobre esta apropiación simbólica.
El simbolismo dual de Lilith
Lilith encarna una dualidad profunda: es símbolo de rebeldía y autonomía femenina, pero también figura de destrucción y caos. Su búsqueda de igualdad con Adán, que el Alfabeto de Ben Sira interpreta como una reivindicación de «superioridad espacial» en el acto sexual, refleja una aspiración a la emancipación que tiene eco actual con los valores de libertad e igualdad. No obstante, es importante matizar que los expertos discuten si este relato medieval refleja una demanda de igualdad genuina o más bien una inversión del orden patriarcal para marcar su transgresión.
Esta ambivalencia la convierte en un símbolo muy fuerte dentro de las tradiciones esotéricas, donde puede representar tanto la sombra como la luz, el caos creativo y la búsqueda de la verdad. En astrología, la «Luna Negra» o Lilith astrológica se asocia con una búsqueda interior, un viaje hacia el eje profundo de la conciencia. Esta dimensión introspectiva y transformadora de Lilith podría guardar relación con las prácticas iniciáticas, particularmente las de la masonería.
Símbolo iniciático en la masonería
En el contexto masónico se puede interpretar a Lilith como una figura iniciática que representa la sombra que el iniciado debe afrontar para alcanzar la luz, aprovechando la apertura interpretativa que habilita la propia naturaleza de la Orden. Algunas lecturas describen a la figura como una entidad que permite atravesar nuevas etapas en la búsqueda espiritual. Se la percibe como una fuerza purificadora, capaz de eliminar todas las impurezas y revelar el «fuego secreto» que reside en el iniciado.
Sin embargo, es esencial contextualizar que estas referencias a Lilith como «símbolo iniciático» pertenecen predominantemente a interpretaciones esotéricas contemporáneas y a trabajos simbólicos individuales en logias liberales. La masonería «regular» no la incluye en sus rituales oficiales ni en sus enseñanzas canónicas clásicas. Esa interpretación actual se alinea con el enfoque masónico que fomenta la introspección para trascender las dualidades, pero debemos precisar que se trata de una apropiación moderna y marginal, no de una herencia histórica de la Orden.
Lilith y la cuestión de lo femenino en la masonería
La masonería fue fundada y estuvo históricamente dominada por hombres. Excluyó durante mucho tiempo a las mujeres, como estipulaba el Artículo III de las Constituciones de Anderson de 1723. Sin embargo, ya en el siglo XVIII surgieron en Francia algunas logias de adopción que permitieron a las mujeres participar en los rituales masónicos. No fue hasta 1882, con la iniciación de Maria Deraismes, cuando la masonería mixta cobró forma, culminando en la creación de Le Droit Humain y, posteriormente, de la Gran Logia Femenina de Francia en 1945.
Como símbolo de la emancipación femenina Lilith adquiere especial relevancia en esta historia. Como señala Lilith Mahmud en La Hermandad de las Hermanas Masonas, las mujeres iniciadas tuvieron que apropiarse del vocabulario masónico para redefinir la noción de «hermandad». Lilith, que habría rechazado la dominación de Adán, puede interpretarse como una metáfora de esta lucha por la igualdad dentro de la masonería, aunque debemos recordar que esta conexión representa una relectura contemporánea más que una tradición establecida.
Lilith y las influencias esotéricas en la masonería
Los rituales y su exégesis incorporan diversas influencias esotéricas, especialmente cabalísticas. El Zohar, que describe a Lilith como una fuerza maligna, inspira ciertos rituales masónicos, particularmente en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Como el «demonio de la tierra», puede compararse con el concepto alquímico de materia prima que el iniciado debe transformar.
Además, las referencias orientales presentes en ciertos rituales masónicos permiten integrar a esta figura compleja en un marco simbólico más amplio. No obstante, la equiparación con Isis, presente en algunos autores románticos como Victor Hugo, parecería carecer de sustento en la egiptología académica y representa una sincretización personal del artista, antes que una conexión doctrinal sólida.
En la imaginación
Aunque este personaje mítico no es una figura oficial en los rituales, a veces la estarían invocanco en trabajos simbólicos, especialmente por mujeres masonas o en logias mixtas. Este enfoque ilustra cómo los contemporáneos utilizan figuras de reciente conocimiento para enriquecer su trabajo iniciático, aunque debemos subrayar que se trata de prácticas marginales y no representativas de la masonería en su conjunto.
Algunos grupos antimasónicos asocian a Lilith con la Orden en un intento por demonizarla. Los historiadores y los propios masones rechazan estas acusaciones, que consideran una distorsión de los principios originarios. La obediencias suelen enfatizar en sus estatutos su compromiso con los valores humanistas y espirituales, muy alejados de cualquier veneración demoníaca.
Finalmente, es crucial mantener la perspectiva histórica: mientras la masonería posee una tradición institucional y simbólica continua de tres siglos, la incorporación de Lilith en su discurso representa principalmente una apropiación simbólica de actualidad que enriquece el diálogo entre tradición y contemporaneidad, sin constituir un elemento fundacional de la Orden.
Inspiración:
Lilith et la Franc-maçonnerie, por Alice Dubois.
