Un análisis de la correspondencia original ilumina el conflictivo proceso que vivieron los dos primeros cuerpos masónicos argentinos entre 1857 y 1858. Estas nueve cartas revelan refutaciones, negociaciones y un intento final de acuerdo. Fueron publicadas en una secuencia de dos años desde 1873 por la Revista Masónica Americana.
La información está contenida en un extenso artículo publicado por el historiador masónico argentino Mauricio Javier Campos en su blog La hoguera ideológica y otras cenizas, bajo el título de Cartas fundacionales de la masonería argentina 1857-1858. Documentos críticos.
Si bien los acontecimientos ya son conocidos y han sido incluidos en distintos volúmenes de historia, en este caso el valor está centrado en que Campos revela facsímiles de publicaciones y documentos de la época, a partir de los cuales asienta sus reflexiones y conclusiones.
Dos Orientes y sus líderes
En apretadísima síntesis, la situación tiene su origen en el surgimiento de los primeros cuerpos masónicos en suelo nacional. Ellos no florecieron de manera autónoma, sino a partir de cartas patentes expedidas por las masonerías de Brasil y Uruguay. Este origen externo -al parecer de Campos- incubó una rivalidad inmediata por la dirección de la Orden, pugna encarnada por dos personalidades notables de la época.
Por un lado, Miguel Valencia operaba bajo la esfera de influencia brasileña. La revista Verbum registró en 1936 que el Gran Oriente de Brasil constituyó el primer cuerpo argentino el 23 de junio de 1857, nombrando a Valencia como su primer Gran Maestro. En paralelo, también se conformó un Supremo Consejo de grados capitulares.
Por otro lado, José Roque Pérez emergió como figura rival, alineado con el Gran Oriente del Uruguay. Este segundo cuerpo, que a su vez había recibido su propia constitución desde Brasil, estableció un Supremo Consejo alternativo el 1° de septiembre de 1858, colocando a Pérez al frente. La historiografía masónica posterior, como la de Verbum, calificaría a este segundo grupo como un movimiento cismático que, no obstante, terminó por absorber al primero.
La división de las logias
La tensión escaló rápidamente hacia un conflicto abierto. Las escaramuzas comenzaron cuando los de Valencia protestaron, afirmando que no se reconocería al otro grupo, y tachando al Gran Oriente del Uruguay de anómalo y revolucionario. Bartolomé Victory y Suárez, editor de la Revista Masónica Americana, advirtió en 1872 que esta disidencia pública precipitaría la caída de Valencia y la elevación de la autoridad de Roque Pérez.
Esta pugna se trasladó a los talleres de trabajo. El apoyo a cada facción dividió a las logias existentes. De las varias logias en actividad, solo Unión del Plata apoyó inicialmente al grupo de Roque Pérez. Posteriormente, se sumaron los talleres Consuelo del Infortunio y Tolerancia.
El resto de las logias, como Confraternidad Argentina, Regeneración, Lealtad, Constancia y Verdad, mantuvieron su apoyo a Valencia.
La revista La Nueva Era en 1873 describía a Unión del Plata como la «logia madre» que sirvió de núcleo para la reorganización de la Orden, a pesar de sufrir posteriormente una desmembración que casi fuerza su disolución.
Lejana unidad estructural
Este nacimiento conflictivo prefiguró un siglo de crisis y vaivenes internos que impidieron de forma persistente la anhelada unicidad estructural. La inestabilidad tuvo otros episodios en la década de 1870, cuando un nuevo quiebre enfrentó a tres masones de relieve: Nicanor Albarellos, Daniel María Cazón y Carlos Urien.
Durante el siglo XX, la fragmentación se acentuó con la aparición de nuevas Obediencias y Grandes Logias. Ninguna estructura prevaleció de forma absoluta, y cada una buscó su legitimidad mediante el reconocimiento de potencias extranjeras, operando en un contexto de gran confusión. Llegaron a coexistir de manera simultánea tres Supremos Consejos del Rito Escocés Antiguo y Aceptado y al menos seis o siete Obediencias diferentes.
Es importante consignar que las diferencias de visión, ritos y conformación subsisten hasta la actualidad, tal como se describiera hace poco en Parvis.
Un final de novela
El camino hacia la unidad institucional de este espacio masónico comenzó a consolidarse recién a mediados de la década de 1950. Entonces se dio a conocer el borrador de los estatutos de la naciente Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones. Un hito decisivo se produjo el 30 de agosto de 1956, con el acuerdo de fusión entre esta nueva estructura y el Gran Oriente Federal Argentino.
Según el análisis del historiador masón Emilio J. Corbiére, de esta fusión no prevaleció simplemente una de las partes sobre la otra, sino que emergió una institución distinta de las dos anteriores. La unidad de estos protagonistas se consumó oficialmente el 23 de abril de 1957, tras cien años de disputas.
